No era la estrella más importante del Universo, no era ninguna diva. Nunca
había llegado tan lejos, literalmente. Por no tener, ni siquiera tenía nombre. Había
nacido en alguna fábrica de China, desde allí había recorrido un mundo que ni
conocía ni le importaba hasta llegar a una tienda de barrio y, de allí, a aquel
lugar. A su techo. Su nuevo hogar, donde pensaba brillar para toda esa
eternidad que a veces dura una infancia y puede que hasta una vida entera.
Formaba parte de un conjunto de constelaciones domésticas en el techo de la
habitación de un niño cualquiera. Pero era su niño. Le había tarareado sueños
al oído mientras dormía, le había hecho creer que tocar las estrellas era tan
fácil como alargar la mano y extender los dedos, y que el secreto de pedir
deseos era cerrar los ojos. Que siempre estarían ahí para él. Y había hecho
bien su trabajo.
Le había enseñado la lección más valiosa de todas: que cualquier techo
puede ser el cielo mientras haya estrellas que contemplar.
Luego, empezaron las preguntas:
-¿Sois los reyes del pasado?
-¿Sois antiguos dragones que murieron?
Y la más triste de todas:
-¿Sois un cementerio?
Aquella noche, esa pequeña estrella de plástico lo supo y fue más estrella
que nunca, pensó que podría abarcar todos los techos de todas las habitaciones
del mundo. He nacido para darle recuerdos felices a este niño, para que crea
que fuimos reyes y dragones, y que, llegado el momento, podremos ser su
cementerio.
Había llegado a ese techo para brillar en la oscuridad y se había
descubierto ardiendo.
Seremos tus recuerdos,
que arden
como estrellas.
Precioso. Has sacado algo hermoso de un trozo de plástico. Siempre miraré con otros ojos las mías.
ResponderEliminar(abrazos eléctricos.)
Me encantan las estrechas en el techo *w* Y el relato es precioso precioso precioso ♥
ResponderEliminarCreo que no volveré a ver las estrellas de la misma forma. Incluso las que vienen de China. Sea como sea, siguen brillando. A su manera.
ResponderEliminarPrecioso relato :)