A la luz de la hoguera los lunares de Zorba parecen
fantasmas.
Se rasca las costras de las manos sólo para descubrir
heridas debajo de más heridas, sótanos de viejas batallas, antiguas reliquias.
Cuando se da cuenta tiene los dedos manchados de sangre, la piel en carne viva.
Zorba ya no recuerda lo que es el dolor pero conoce toda una vida de anhelo y
sabe que su sonido es el mismo que el rasgar de una tela, sabe que el anhelo
está hecho de ecos y espejos y que nunca llega a calentar los huesos. Lo
importante ahora es que da igual y esa indiferencia dibuja toda una geografía
de peñascos y acantilados en el humo que huye de la hoguera. Y murmura con la
voz repleta de perros feroces y cansados, los labios salpicados de óxido y pena:
“Para que el laurel corone tus victorias de
gloria,
para que la luna pinte de plata tus noches,
para que el cielo tenga algún sentido
y el mar sea tu último aliento,
pon miel en tus labios antes de decir una
mentira
para que no sepa a engaño,
llénate los bolsillos de tréboles
para enamorar a la suerte…
Suspira y ese suspiro es capaz de
descarnar mundos hasta matarlos de hambre.
… Nunca despiertes con
un beso a la doncella dormida que nació para morir.”
La noche se llena de viejas
profecías que nunca debieron cumplirse, de besos que nunca debieron darse.
Y a la luz de la hoguera los lunares de Zorba parecen
fantasmas que buscan una tumba en la que descansar, al fin.
Aporte para el Proyecto Semanas de Elito.
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