-¿Quién
te ha dicho que eres un monstruo? ¿Quién te ha dicho que sentir miedo es algo
malo? ¿Quién fue el imbécil?
Era,
probablemente, la frase más larga que Molly le había escuchado nunca a Colm
desde que lo había robado. Y se quedó sin palabras, como si se las hubiera
quedado todas él para poder preguntar aquello. Sin pedir rescate. Sin
prisioneros. Sin conferencia de paz.
El
asomo de un recuerdo hizo una tímida pirueta en su mente y volvió a esconderse
entre bambalinas, como un avestruz cobarde. Había sido Dolor. El de las
palabras hirientes siempre había sido Dolor. Le había dicho que nadie los
querría, que nadie podría quererlos nunca. Porque eran monstruos, monstruos de
los que la gente huía porque les hacían sentir emociones que no querían
experimentar, que no sabían manejar, que no querían reconocer que existían.
Porque el miedo y el dolor eran sentimientos que les recordaban que eran tan
humanos que sangraban, que temían. Que lloraban. Y por eso los odiaban.
Colm
se acercó a ella lentamente, como si no quisiera asustarla, cuando hacía un mes
que llegaba tarde para eso, con el pánico cundiendo sin cuartel por toda su
geografía humana. Por cada cordillera y cada océano. Como un golpe de Estado en
su corazón, su medio idiota corazón.
-Tener
miedo está bien. No es una maldición, Molly. El miedo es un superpoder. Eres la persona más amable que conozco, y se
lo debes a él.
Notó
que se le deslizaba una lágrima silenciosa, estruendosa en toda su delatora
humedad. La muy chivata.
-Tampoco
es que conozcas a mucha gente, la verdad.
Colm
se encogió de hombros con su cara de sabio milenario, de abuela de Mulán.
-Supongo
que conozco a la suficiente.
Molly
tragó saliva y dejó que la lágrima viviera en su mejilla unos cuantos meses de
alquiler más, hasta lamerla para que volviera a estar dentro de ella. Suya. Y
un poco de él.
-No
sé si te lo he dicho alguna vez, Colm, pero eres una aberración de la
naturaleza.
Y
entonces Colm sonrió. Las sonrisas de Colm eran algo especial. Un regalo. Una
revelación. Una mitología entera. Porque en esas sonrisas Molly descubría
porqué los griegos estaban tan enamorados del mar, porqué le dedicaban poemas y
epopeyas. Todos sus héroes. Porque, poniéndose homérica, para Molly la sonrisa
de Colm eran Ítaca y Troya. Casa y guerra. Si se vestía de Tolkien, era lo más
cerca que estaría nunca de Rivendel y, si se creía bruja, era como recibir, por
fin, la carta de Hogwarts. Todas esas cosas, todas esas referencias, en solo una
sonrisa. En toda una sonrisa. Increíble. Desproporcionado. Abarrotado.
-Está
bien tener miedo, no pasa nada.
Cuando
se acercó a él, poniéndose de puntillas para asomarse a sus ojos, le dio un
beso que supo a gracias. A de verdad, de
verdad, muchas gracias por reconocerme, por agradecer que existo.
Gracias, gracias,
por decir que no pasa nada.
Que está bien.
Algo se me ha roto por dentro. Creo que es el corazon. O las tripas, quizás, porque a veces las confundo. Pero en el buen sentido. Estoy fangirleando con Molly y eso no puede ser.
ResponderEliminar"...en esas sonrisas Molly descubría porqué los griegos estaban enamorados del mar."
Muérome aquí.