Venga, que hoy puede ser el día.
Se retocó la corbata frente al
espejo, con aires de triunfador, como Colón a punto de descubrir América
después de pasar largos meses de travesía, deshidratado y medio grogui por la
insolación. Extendió las manos y alargó los dedos, casi podía asirla. Casi.
La estatuilla dorada. La estúpida
y sensual estatuilla dorada que se le resistía, la muy fresca.
No era la primera vez que se
vestía pensando que por fin se haría con ella, que se la llevaría al huerto.
Hacía por lo menos unos diez años, así a ojos de buen cubero, que tenía hecho el hueco en la estantería de
premios solo para ella, y ahí se había quedado todo, en hueco, un hueco que se
burlaba de él. Le había hecho la cobra más veces de las que se esperaba, de las que se merecía.
Miró su reflejo y se guiñó un
ojo:
-Estás para mojar pan, machote.
La alfombra roja le pareció más
larga que un mes de dieta y la atravesó como si fuera Atila, el rey de los
Hunos, y a su paso no fueran a crecer los premios para nadie que no fuera él
mismo. ¡Porque se lo merecía, joder! ¿Cuántos chistes a su costa había tenido
que soportar? ¿Cuántos memes? Greenpeace había estado a una gala de los Oscars
más de crear una subdelegación solo para él. Se había cansado de recortar
cartones con forma de Oscar porque sus padres habían empezado a preguntarle si
estaba bien. Había tenido más que suficiente.
Era justicia divina, le tocaba a
él aunque solo fuera por descarte. Si lo nominaban a mejor actor en casi todas
las ediciones de los premios, en algún momento, si se alineaban los planetas,
si una mariposa batía las alas al otro lado del mundo, si millones de pingüinos
intentaban volar, tendría que tocarle a él. Era estadística pura. El universo
se lo debía, la vida se lo debía. Estaba hasta la coronilla de practicar en su
casa el encogimiento de hombros y la sonrisita de “a la próxima”, mientras los
ojos se le ponían vidriosos y se podía captar perfectamente el momento en el
que se le rompía el corazón.
Una y no más.
-Y el ganador es…
Cerró los ojos y se resistió a
taparse las orejas porque no quedaría demasiado bien en pantalla y él era un
galán.
-… ¡LEONARDO DICAPRIO POR EL
RENACIDO!
No. No podía ser. Se habían
equivocado. Seguro que se habían equivocado. La mujer que tenía al lado le dio
un golpecito en el brazo y le susurró:
-Creo que se refieren a ti.
A él.
Se levantó un poco tembloroso,
como Bambi aprendiendo a andar, como una hermosa mariposa saliendo del capullo. Necesitaba que le hicieran un masaje
cardiovascular o que lo llevaran en brazos hasta allí arriba. Leonardo DiCaprio
por El renacido, Leonardo DiCaprio por El renacido, Leonardo DiCaprio por…
Y entonces la vio. La estatuilla.
Dorada, más dorada que el sol, más brillante que una bola de discoteca. Suya.
Por fin. Alargó el brazo como había hecho aquella mañana frente al espejo y la
asió con una fuerza que podría haberla roto si aquello no fueran los Oscars y
él no estuviera tan buenorro.
Lloró como si Patrick Rothfuss
hubiera publicado el tercer libro de Crónica del asesino de reyes, como cuando
tienes mucha hambre y ves aparecer al repartidor de pizzas, como si George R.
R. Martin hubiera estado a punto de matar a uno de tus personajes favoritos
pero al final no lo hubiera hecho. Lloró como se llora cuando anhelas mucho
algo.
Se acercó al micrófono y, tomando
aire, dijo lo que llevaba deseando decir desde hacía más tiempo del que podía
recordar:
-Se acabaron las bromas,
cabrones.
Por fin.
Me meo xdddddddd eres la leche xddd El final es lo mejor de todo juas.
ResponderEliminar(Veo que sigue dedicándote a la histórica xd)
Comentario hipercutre desde el móvil pero en serio que es genial el relato xD
Estoy llorando
ResponderEliminarMe uno a los llantos de Andrea.
ResponderEliminarMe muero, me ha encantado xDDD Felicidades (a los dos :D)
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