miércoles, 6 de enero de 2016

Thálatta!

Siempre lo supo.

Sólo somos almas que se mueren por regresar al mar.

Porque cada vez que sus ojos se posaban en aquel mar enfurecido, enrabietado, suspiraba. No un suspiro cualquiera, no. Uno de esos suspiros que toman voz y cuerpo, huesos y dientes, y te miran con ojos viejos, anhelantes. De océano entristecido.

Y una voz que susurra: Ya no te quedan naufragios. Estás llena de monstruos.

Has matado a todos tus héroes.

Lo sospechó la primera vez que lo vio, la primera vez que se le llenaron los pulmones de salitre y la boca de olas, los ojos anegados de tiburones y el pelo repleto de barcos a la deriva. El corazón ahogándose en mares muertos. Cuando creyó ver un antiguo templo destartalado en la profundidad interminable de un charco.

Estás hecha de sal.

De mar.

Siempre estarás hecha de mar.

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