Siempre lo supo.
Sólo somos almas que se mueren por regresar al mar.
Porque cada vez que sus ojos se
posaban en aquel mar enfurecido, enrabietado, suspiraba. No un suspiro
cualquiera, no. Uno de esos suspiros que toman voz y cuerpo, huesos y dientes,
y te miran con ojos viejos, anhelantes. De océano entristecido.
Y una voz que susurra: Ya no te quedan naufragios. Estás llena de
monstruos.
Has matado a todos tus héroes.
Lo sospechó la primera vez que lo
vio, la primera vez que se le llenaron los pulmones de salitre y la boca de
olas, los ojos anegados de tiburones y el pelo repleto de barcos a la deriva. El
corazón ahogándose en mares muertos. Cuando creyó ver un antiguo templo
destartalado en la profundidad interminable de un charco.
Estás hecha de sal.
De mar.
Siempre estarás hecha de mar.
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